lunes, 23 de enero de 2012

Un café (con-mi-go).

Tómate un café conmigo. Solo, por favor, ¿tú?, con leche, gracias. Llevo tiempo queriendo decirte que hay algo que no me deja dormir, no sé si es tu nombre, o su significado, o su significante, o cada letra por separado, el caso es que no duermo. Se meten en mi cabeza, sí, con leche para ella, y no paran de dar vueltas y vueltas, y escriben otras palabras, y algunas no me gustan. Quizá por eso no puedo dormir. Dos terrones. No entiendo demasiado bien cómo funciona, en la calle, no dan problemas, se esconden entre los “un coche a la derecha”, “llegas tardes” y “echos de menos”.

Pero cuando llego a casa parece que dejan marcas en los muebles, en las lámparas, y encuentro de vez en cuando una vocal en la mesita o en la encimera que se asusta si la miro de cerca.

Es por la noche, por la noche. Por fin. Cuando más problemas, perdone, era solo, me dan las malditas letras de tu nombre. Se juntan, se unen, salen de las rendijas, de las puertas, de las ventanas, de los suspiros, de los jueves por la tarde, de las sonrisas de despedida, de abril y de mayo y de cualquier calle de Málaga; no dejan nada dormido, todo lo devuelven y lo trastocan.

Entonces es cuando, mucho mejor, gracias, empiezan a formar palabras, y mantienen conversaciones de horas al oído, y tú no estás para salvarme, y, dos terrones por favor, no sabes cómo me gustaría que estuvieras ahí para abrazarme y decirme que ya pasó. Mandar las letras al infierno, ya me entiendes. Nada más, gracias.