lunes, 29 de septiembre de 2008

Buenos días.

Marco está en la calle. Está lloviendo, lloviendo fuerte. Las finas gotas de lluvia sobre el capó de los coches tocan un ritmo exasperante. El Sol se mueve a intervalos, como intentando mirar entre las nubes lo que se mueve ahí abajo. Pero ahora todo eso da igual.

Centra su mirada en lo que tiene delante. Cree que le está hablando de algo importante, es más, parece bastante alterada. Intenta atender, pero es imposible. Ahora mismo, sin ir más allá, acaba de conseguir concordar el ritmo de las gotas que caen del tejado con la canción de "Dragon Ball".

- ¡Quiero creer que me estás escuchando! - le grita al oído.

Poc. Poc. Poc. Goteras. El cigarrillo se ha consumido y el hielo del whisky ha desaparecido. Mira el reloj. Llega tarde. Mientras el agua fría de la ducha eriza su piel. Recuerda. Recuerda ojos, orejas, brazos y piernas. Recuerda sonrisas, y sonríe. Recuerda un día lluvioso, una discusión y el final. ¿Por qué? Podría haberse preguntado; o no. Prefiere olvidarlo en algún cajón de su memoria, seguramente donde guarda el nombre de todos los Pokémon.

Decididamente, él tendría que haber nacido personaje de ficción. Las chicas de las películas no dan calabazas, sólo están increíblemente enamoradas. De hecho, si le hubiera dado tiempo, hubiera conjugado un Siempre nos quedará París, o incluso decir algo tan estúpido como te quiero. Pero ahora se contenta con decir no me acuerdo de olvidarte, como un pobre amnésico intentando darle sentido a su existencia.

Aparca el coche en su plaza reservada, saluda al portero con una sonrisa y entra al edificio. Buenos días.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Cicatrices

Corrientes poderosas, eléctricas. Corrientes casi palpables en la más densa oscuridad. Corrientes arriba y abajo, a un lado y otro, dentro y fuera de mí, más lejos y más cerca. El vello se eriza perezosamente, disfrutando del delicioso estremecimiento.

Apenas hay luz, apenas puedo dibujarte y sin embargo estás ahí, imperturbable en mi mente. Nítido. Luminoso. Tu rostro cae en líneas finas, líneas que se curvan con ruidosa maestría. Adivinan tu semblante. Nada más se ve. Sólo tú. Sólo el punto donde el cuello se une con la clavícula. Sólo la curva de tu mandíbula. Sin adornos. Sólo esa estridente luz.

Creas sombras que moldean el aspecto de mi habitación. Oscuro dentro y fuera, la noche hace acto de presencia y se desliza sobre mi piel. La noto diluirse a través de mis párpados cerrados, a través de mis manos expuestas. Todo y nada cambia. Tú sigues ahí, imperturbable, inamovible. No puedes ser más hermoso. Nada ahora puede ser más hermoso.

El día parece no querer llegar. Solo tú quieres llegar, sin prisa y con ella, desenfrenada y pacientemente.

A veces creo que la magia existe. Que todo existe. Lo más inverosímil y lo más lógico. Todo. Es fácil creer cualquier cosa cuando el reflejo azulado de la noche sabe a ti. Creería en mil universos con convicción y fiereza, creería en la caída estrellada de este momento. Nada es increíble en tu nombre. Nada.

Suena un jazz lento y meloso, un rock’n’roll atrevido y trepidante, una rumba alegre y canalla, un swing elegante y sensual. Cada minuto ofrece una melodía distinta, y todas suenan a ti. Las notas se vuelven pinceladas dispersas que mi oído traduce en un solo nombre.

Hazlo ya. Toca de una vez y fusiona todas esas melodías en una, acoge todos los registros en ti y tócalos para mí. Poco a poco, como si en cualquier momento pudieran estallar en miles de trozos.

El aire oscila en torno a mi oído y trae retazos de palabras demasiado antiguas y usadas para hacer un hueco en la memoria. Palabras que no sabían nada de la luz que encierra tu mirada. Palabras que ahora parecen llanas, espesas, insignificantes. Palabras que me hacen odiar todo lo anterior a ti.

A menudo las conversaciones parecen privadas de todo sentido si no vislumbro tu reflejo acerado entre las brumas de esta habitación. A menudo deseo que todos callen de una vez, que la paz se imponga sobre la ruidosa tempestad, que el silencio me envuelva y me acoja mientras busco el recuerdo que contiene tu voz.

Melosa, suave, sin estridencias, sin interrupciones. Como una composición clásica, capaz de transmitir los más diversos sentimientos sin variar su exquisitez. Como si irradiara electricidad. Incluso magia. Magia sostenida en el aire de forma inherente. Magia en tu boca, en tus labios. Magia en tu voz.

El reloj continúa sin pausa su infatigable carrera contra todo y todos. Persigue el tiempo con ferocidad, burlándose de aquel que desea dominarlo. Pero esta noche la oscuridad hace compañía al guardián sin tregua, le lleva de la mano y conforme los minutos pasan el negro eterno se hace eco de mis pensamientos.

Esbozo una sonrisa que mezcla felicidad y dudas oscuras, y pienso cuántas horas llevarás durmiendo. Horas en las cuales la noche y el sueño son tus únicos compañeros. Me pregunto hasta qué punto mis pensamientos te alcanzarán. Tal vez estén contigo, silenciosos entre tus sábanas, meciendo tu respiración. Tal vez sigan conmigo y nunca lleguen hasta ti. Encerrados con llave entre mis manos, presos de mis temores. Se retuercen enérgicamente y protestan contra mi falta de piedad.

Hay pensamientos que nunca desaparecen, que siempre recordamos. Pensamientos que amamos demasiado como para dejarlos ir. O pensamientos que odiamos demasiado para hacerlos partir.

Dejan, sin duda, marcas que no borran ni el tiempo ni las personas. Ancladas dentro de tu ser, están ahí, lo quieras o no. Se puede intentar obviarlas, disimularlas, taparlas. Pero siguen ahí. Inmunes al paso del tiempo. Tan nítidas y malditas como el primer día. Y salen a la luz cuando menos lo esperas y menos lo deseas.

Tu luz es una de esas marcas. Intento obviarla, intento vivir con ella día a día. Pero sigue ahí, pujando desesperadamente por salir, deseando cegarme. Hay noches en las cuales creo que ya ha amanecido, pero sólo es tu reflejo desprendiendo de nuevo esa luz de vida.

Esta noche está aquí, no se ha ido aún, y sabe a ti. Sabe a alegría y sabe a dolor. Sabe a chocolate y a zumo agrio de limón. Sabe a luz y sabe a oscuridad.

Realmente sí, hay marcas que el tiempo no puede borrar. Marcas que fueron presente, que serán futuro. Marcas que se graban a fuego en la piel.

Marcas poderosas como cicatrices.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El lugar que siempre soñé, al alcance de las manos

La suave hierba me acaricia las manos mientras mis pies se sumergen en el frescor del agua cristalina. El sol aparece y desaparece jugueteando entre las nubes, zigzagueando sin cesar y coloreando un frondoso bosque de frondosos árboles de mil formas y de mil colores… El prado está salpicado por las flores, llenándolo de vida…
El trinar de los pájaros, cantando sin cesar y parloteando entre ellos con sus dulces melodías que alimentan mis sentidos, dotándolos de la cálida sensación de la tranquilidad.
La sombra de un sauce dando cobijo a los que ansían el frescor de la umbría…
Típico paisaje idílico con el que todos hemos soñado alguna vez, que prima en nuestros pensamientos cuando ansiamos paz, cuando anhelamos unos minutos para nosotros mismos, para despejarnos del bullicio y la multitud que nos abruma en ciudades abarrotadas de humo, de prisas, de rostros sombríos e individualistas cuyo único objetivo es mantenerse alejado de todo, ajenos a cualquier contacto con otra persona…
Sensaciones que necesitamos sentir para ser felices, para alejarnos del alboroto y del clamor del claxon de los coches de las atasco y de las precipitadas riñas entre transeúntes y comerciantes, y simulando que la tensión que sentimos, es desplazada por estar sentado con los pies en el agua contemplando un maravilloso paisaje que jamás conseguiré tener junto a mí durante más tiempo que los segundos que asoman tímidamente en mis pensamientos cuando mi cabeza se nubla por el cansancio desolador.
Soy realista, y se que jamás podré sentir como mío ese paisaje; ese eterno lugar con el que todos los “pobres” sueñan y con el que los ricos no pueden soñar. Ese lugar donde no hay conflictos, sino solo belleza y luz cual Jardín del Edén, idolatrado y ansiado por todos pero jamás conocido por nadie.
Mi objetividad frente a la realidad me impide tener esa mágica ilusión en mis pensamientos, porque le puro realismo del mundo que me aborda y rodea me impide ser capaz de soñar con algo irreal.
Mi mente me hace buscar felicidad y sosiego en lugares cotidianos, me hace anhelar momentos ya vividos como sueños de tranquilidad…
El amargo sabor de una lágrima mientras contemplas absorto una película de las que los cinéfilos añoran e idolatran como mitos inalcanzables.
El contraste de los dientes al morder distraídamente una manzana mientras esperas el metro, sintiendo que su dulce sabor te invade los sentidos.
Abrazar a alguien que lo necesita o que te abracen, sintiéndote arropado bajo los brazos del otro por una cálida sensación de bienestar.
Pasear por delante de una casa en la que un talentoso vecino, toca vigorosamente el piano, acariciando cada nota y susurrando cada melodía invadiendo tu cuerpo y emanando de tu interior un agradable sentimiento de paz.
Pequeños detalles de tu día a día, pequeñas situaciones que hacen brotar en ti sensaciones que te gustaría vivir o, que te transportan, a cada uno de los dulces recuerdos con los que disfrutaste y soñaste revivir a lo largo de tu efímera vida.

martes, 16 de septiembre de 2008

Psch

Cómo puedo seguir sonriendo, pregunto, si sólo veo caras agrias por la tierra y la sal;
Cómo puedo seguir sonriendo... si no hago más que mirar al cielo y no veo las estrellas;
Si día a día me presento al mundo... y no me hace caso.

Qué puedo hacer cuando no comprendo miradas, no afilo palabras... no deseo volar...
Qué hacer si no comparto oído, no tiro de la lengua... ni hago caso a las nubes...

Pregunto: ¿Salto? y me responden: Pesas demasiado;
No quiero "pesar demasiado" quiero ser volátil como el aire, fuerte como el viento, inesperado como el mar.

Cómo puedo seguir sonriendo, pregunto, cuando ya no sé tener sueños.
Cómo puedo seguir sonriendo...

¡Ah, sí!

sábado, 13 de septiembre de 2008

¿Por qué?

Ni el más mínimo susurro, ni la más pesada lágrima harán que el mundo gire en sentido contrario.
¿Por qué, sin embargo, intento darle vueltas?

Siendo consciente del gran riesgo que supone cambiar la naturaleza, me aferro al poder que se nos concede a las personas, de cambiar la vida a nuestro antojo.

Quiero cambiarla, ¿Por qué es tan fácil?

jueves, 11 de septiembre de 2008

Y dale... (Microrrelato)

"En serio, de verdad, le juro por Dios que no estoy muerto"

sábado, 6 de septiembre de 2008

Leyes naturales

Sentir.

Unos sienten y olvidan. Otros sienten y tienen la irrefrenable necesidad de archivarlo todo. Otros simplemente dejan que el subconsciente recuerde lo imprescindible. Otros... no sienten o han olvidado cómo hacerlo.

En los sentimientos, como en los colores, no hay dos iguales. Cada uno aplica la fibra sensible como le han enseñado, como ha aprendido o como mejor puede. Durante toda nuestra vida buscamos algo, alguien, que encaje en nuestro esquema sentimental. La mitad que completa, que da sentido a esos cabos sueltos que todos tenemos en nuestro interior.

Curioseamos, buscamos, desesperamos, sufrimos. Completar. Obsesionados por completarnos, por hallar las respuestas que escapan a la alegría y a las lágrimas. Sentimos la soledad como la peor de las maldiciones, el miedo epidémico, el que impregna a grandes y pequeños, a felices y desgraciados.

La singularidad horroriza al mundo. Lo aferra por el cuello y hace juramentos y promesas de torturas dolorosas ante las que nos sentimos insignificantes, abandonados en millones de kilómetros cuadrados que, por primera vez, no sentimos como parte de nosotros. Deseamos tan desmedidamente experimentar la posesión de seguridades, de posibles mitades que mantengan transitable el camino que olvidamos poseernos a nosotros mismos. Nuestro corazón se relaja, pierde la costumbre... Olvida el sufrimiento. Olvida el sentimiento. Y la capacidad de empatía da paso a la capacidad de simpatía.

Añoramos continuamente. El segundo miedo más epidémico, la pérdida, nos sume en un estado de melancolía que nos hace sentirnos vivos. No es masoquismo, es ley natural. Es notar las punzadas del dolor como latidos revitalizantes, llenos de mensajes de cambio y superación. Extrañamos y celebramos a la misma vez... no podemos, no sabemos, nadie nos ha revelado cómo ser humanos y coherentes en una misma vida.

Describir todo lo que pasa a nuestro alrededor se convierte en una obsesión para lograr rellenar el tiempo que resta a las cosas importantes. Disponemos los valores en una escala para poder medirnos mutuamente, juzgar, condenar y civilizar. Necesitamos patrones, cuerdas de seguridad que nos aten fuerte a la pared escarpada. La inestabilidad destruye poco a poco micromundos, microproyectos, microsimulaciones. Lentamente, los salientes en los que nos íbamos apoyando desaparecen, dejando de formar parte del proceso.

La manipulación, se dice a diario, es el peor de los males. Un alma manipulada es un alma gris y vacía... dicen. Un corazón manipulado es un corazón frágil e inservible... dicen. Manipulación es equiparable a dominación. Y si hay algo que la esencia humana no soporta es sentirse doblegada. Y curiosamente, el mundo es un grotesco juego de amos y siervos.

En todo cuento, historia o fábula coincide siempre la aparición de un ángel díscolo. Algo incontrolable y poderoso, con demasiada luz en su interior para lograr someterlo a órdenes que limiten su libertad un solo ápice. Hay un poder extraño y atrayente en esos Narcisos hermosos y fuertes, rebosantes de vanidad y energía que escapan a las leyes naturales por el simple placer de hacerlo.

En la existencia humana, el sentimiento es el rebelde sin causa que aporta la adrenalina que el mundo parece negarnos. El sentimiento es duro, cambiante, contundente, excitante. Se revela contra lo que ética y moral dictan. Se alza, caprichoso, sobre todos los burdos intentos de civilización para elevar el alma a un nivel superior. Distinto. Mágico. El sentimiento no conoce escalas de valores. El sentimiento es un luchador solitario. El sentimiento no teme a nada... porque el exterior es solo una utopía.

El sentimiento levanta sus cimientos en el interior, porque los núcleos se rompen mejor desde dentro.


martes, 2 de septiembre de 2008

Llegó la hora

Marco... sí, creo que quería que se le llamara así. Podría haber escogido algo con más clase como Santiago o Amador; o incluso algo más aguerrido como Ryan, pensando en el soldado retornado; sinceramente, poca importancia tiene.

Sentado en su diván por horas hace las veces de orgulloso fanfarrón y rodríguez remilgado. Un cigarrillo se consume lentamente en un viejo cenicero dejando una línea recta de humo blanco ascendiendo hasta el techo; en la mesa, un vaso de whisky escocés, el mejor cabe decir, abandonado tristemente. Se recuesta de manera brusca (algún día se partirá el cuello en un ademán) y busca con la nuca un cojín donde recostarse. Le gustaría decir que en ese momento espera una fellatio, pero no es así. Está solo, y toda su vida lo ha estado. Trabajo, trabajo, trabajo... parece que pone eso en el culo de cada mujer que ve pasar. ¡Y tampoco es tan mayor! Treinta años no es nada. Si al menos fuera guapo... pero no. Muchas veces piensa que tuvo que hacerle algo a Dios, en serio, igual mató a su perro y no se enteró.

- ¡Ah! ¿Eres tú? Llevaba esperando todo el día, vamos, quítate la ropa.

Cómo le gustaría decir eso. Y arrancar cada prenda. Y dejarse llevar por el frenesí. Y seguir, y seguir, y terminar. Fundirse en una sola persona y... oh Dios, qué melancolía. Sólo un intercambio de fluidos decían en una película... ¡y una mierda! Seguro que quien escribió eso era un borracho asexuado.

En la radio suena Satisfaction de los Rolling. El pie derecho salta de su letargo para moverse al son del papá-parapá de la canción. "I can't get no satisfaction!" grita Mick Jagger a toda voz. Tristemente aquel roquero sesentón pone letra a su vida. Y lo repite una y otra y otra vez. No se cansa el maldito. Coge el mando a distancia y lo mata con el botón Standby, ¡que se joda! Acomoda su cabeza en el sillón y cierra los ojos lentamente, disfrutando del momento de comenzar a perder 3 ó 4 horas de tiempo vital. Así, sin camiseta, con un pantalón de chándal. Sí, se siente todo un Adonis. Un Luke Skywalker detonando la Estrella de la Muerte. Un Batman encarcelando al Joker. Un... un... un completo imbécil.