La suave hierba me acaricia las manos mientras mis pies se sumergen en el frescor del agua cristalina. El sol aparece y desaparece jugueteando entre las nubes, zigzagueando sin cesar y coloreando un frondoso bosque de frondosos árboles de mil formas y de mil colores… El prado está salpicado por las flores, llenándolo de vida…
El trinar de los pájaros, cantando sin cesar y parloteando entre ellos con sus dulces melodías que alimentan mis sentidos, dotándolos de la cálida sensación de la tranquilidad.
La sombra de un sauce dando cobijo a los que ansían el frescor de la umbría…
Típico paisaje idílico con el que todos hemos soñado alguna vez, que prima en nuestros pensamientos cuando ansiamos paz, cuando anhelamos unos minutos para nosotros mismos, para despejarnos del bullicio y la multitud que nos abruma en ciudades abarrotadas de humo, de prisas, de rostros sombríos e individualistas cuyo único objetivo es mantenerse alejado de todo, ajenos a cualquier contacto con otra persona…
Sensaciones que necesitamos sentir para ser felices, para alejarnos del alboroto y del clamor del claxon de los coches de las atasco y de las precipitadas riñas entre transeúntes y comerciantes, y simulando que la tensión que sentimos, es desplazada por estar sentado con los pies en el agua contemplando un maravilloso paisaje que jamás conseguiré tener junto a mí durante más tiempo que los segundos que asoman tímidamente en mis pensamientos cuando mi cabeza se nubla por el cansancio desolador.
Soy realista, y se que jamás podré sentir como mío ese paisaje; ese eterno lugar con el que todos los “pobres” sueñan y con el que los ricos no pueden soñar. Ese lugar donde no hay conflictos, sino solo belleza y luz cual Jardín del Edén, idolatrado y ansiado por todos pero jamás conocido por nadie.
Mi objetividad frente a la realidad me impide tener esa mágica ilusión en mis pensamientos, porque le puro realismo del mundo que me aborda y rodea me impide ser capaz de soñar con algo irreal.
Mi mente me hace buscar felicidad y sosiego en lugares cotidianos, me hace anhelar momentos ya vividos como sueños de tranquilidad…
El amargo sabor de una lágrima mientras contemplas absorto una película de las que los cinéfilos añoran e idolatran como mitos inalcanzables.
El contraste de los dientes al morder distraídamente una manzana mientras esperas el metro, sintiendo que su dulce sabor te invade los sentidos.
Abrazar a alguien que lo necesita o que te abracen, sintiéndote arropado bajo los brazos del otro por una cálida sensación de bienestar.
Pasear por delante de una casa en la que un talentoso vecino, toca vigorosamente el piano, acariciando cada nota y susurrando cada melodía invadiendo tu cuerpo y emanando de tu interior un agradable sentimiento de paz.
Pequeños detalles de tu día a día, pequeñas situaciones que hacen brotar en ti sensaciones que te gustaría vivir o, que te transportan, a cada uno de los dulces recuerdos con los que disfrutaste y soñaste revivir a lo largo de tu efímera vida.
La cueva, Mumford e hijos.
Hace 12 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario