Marco está en la calle. Está lloviendo, lloviendo fuerte. Las finas gotas de lluvia sobre el capó de los coches tocan un ritmo exasperante. El Sol se mueve a intervalos, como intentando mirar entre las nubes lo que se mueve ahí abajo. Pero ahora todo eso da igual.
Centra su mirada en lo que tiene delante. Cree que le está hablando de algo importante, es más, parece bastante alterada. Intenta atender, pero es imposible. Ahora mismo, sin ir más allá, acaba de conseguir concordar el ritmo de las gotas que caen del tejado con la canción de "Dragon Ball".
- ¡Quiero creer que me estás escuchando! - le grita al oído.
Poc. Poc. Poc. Goteras. El cigarrillo se ha consumido y el hielo del whisky ha desaparecido. Mira el reloj. Llega tarde. Mientras el agua fría de la ducha eriza su piel. Recuerda. Recuerda ojos, orejas, brazos y piernas. Recuerda sonrisas, y sonríe. Recuerda un día lluvioso, una discusión y el final. ¿Por qué? Podría haberse preguntado; o no. Prefiere olvidarlo en algún cajón de su memoria, seguramente donde guarda el nombre de todos los Pokémon.
Decididamente, él tendría que haber nacido personaje de ficción. Las chicas de las películas no dan calabazas, sólo están increíblemente enamoradas. De hecho, si le hubiera dado tiempo, hubiera conjugado un Siempre nos quedará París, o incluso decir algo tan estúpido como te quiero. Pero ahora se contenta con decir no me acuerdo de olvidarte, como un pobre amnésico intentando darle sentido a su existencia.
Aparca el coche en su plaza reservada, saluda al portero con una sonrisa y entra al edificio. Buenos días.
La cueva, Mumford e hijos.
Hace 12 años
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