viernes, 26 de septiembre de 2008

Cicatrices

Corrientes poderosas, eléctricas. Corrientes casi palpables en la más densa oscuridad. Corrientes arriba y abajo, a un lado y otro, dentro y fuera de mí, más lejos y más cerca. El vello se eriza perezosamente, disfrutando del delicioso estremecimiento.

Apenas hay luz, apenas puedo dibujarte y sin embargo estás ahí, imperturbable en mi mente. Nítido. Luminoso. Tu rostro cae en líneas finas, líneas que se curvan con ruidosa maestría. Adivinan tu semblante. Nada más se ve. Sólo tú. Sólo el punto donde el cuello se une con la clavícula. Sólo la curva de tu mandíbula. Sin adornos. Sólo esa estridente luz.

Creas sombras que moldean el aspecto de mi habitación. Oscuro dentro y fuera, la noche hace acto de presencia y se desliza sobre mi piel. La noto diluirse a través de mis párpados cerrados, a través de mis manos expuestas. Todo y nada cambia. Tú sigues ahí, imperturbable, inamovible. No puedes ser más hermoso. Nada ahora puede ser más hermoso.

El día parece no querer llegar. Solo tú quieres llegar, sin prisa y con ella, desenfrenada y pacientemente.

A veces creo que la magia existe. Que todo existe. Lo más inverosímil y lo más lógico. Todo. Es fácil creer cualquier cosa cuando el reflejo azulado de la noche sabe a ti. Creería en mil universos con convicción y fiereza, creería en la caída estrellada de este momento. Nada es increíble en tu nombre. Nada.

Suena un jazz lento y meloso, un rock’n’roll atrevido y trepidante, una rumba alegre y canalla, un swing elegante y sensual. Cada minuto ofrece una melodía distinta, y todas suenan a ti. Las notas se vuelven pinceladas dispersas que mi oído traduce en un solo nombre.

Hazlo ya. Toca de una vez y fusiona todas esas melodías en una, acoge todos los registros en ti y tócalos para mí. Poco a poco, como si en cualquier momento pudieran estallar en miles de trozos.

El aire oscila en torno a mi oído y trae retazos de palabras demasiado antiguas y usadas para hacer un hueco en la memoria. Palabras que no sabían nada de la luz que encierra tu mirada. Palabras que ahora parecen llanas, espesas, insignificantes. Palabras que me hacen odiar todo lo anterior a ti.

A menudo las conversaciones parecen privadas de todo sentido si no vislumbro tu reflejo acerado entre las brumas de esta habitación. A menudo deseo que todos callen de una vez, que la paz se imponga sobre la ruidosa tempestad, que el silencio me envuelva y me acoja mientras busco el recuerdo que contiene tu voz.

Melosa, suave, sin estridencias, sin interrupciones. Como una composición clásica, capaz de transmitir los más diversos sentimientos sin variar su exquisitez. Como si irradiara electricidad. Incluso magia. Magia sostenida en el aire de forma inherente. Magia en tu boca, en tus labios. Magia en tu voz.

El reloj continúa sin pausa su infatigable carrera contra todo y todos. Persigue el tiempo con ferocidad, burlándose de aquel que desea dominarlo. Pero esta noche la oscuridad hace compañía al guardián sin tregua, le lleva de la mano y conforme los minutos pasan el negro eterno se hace eco de mis pensamientos.

Esbozo una sonrisa que mezcla felicidad y dudas oscuras, y pienso cuántas horas llevarás durmiendo. Horas en las cuales la noche y el sueño son tus únicos compañeros. Me pregunto hasta qué punto mis pensamientos te alcanzarán. Tal vez estén contigo, silenciosos entre tus sábanas, meciendo tu respiración. Tal vez sigan conmigo y nunca lleguen hasta ti. Encerrados con llave entre mis manos, presos de mis temores. Se retuercen enérgicamente y protestan contra mi falta de piedad.

Hay pensamientos que nunca desaparecen, que siempre recordamos. Pensamientos que amamos demasiado como para dejarlos ir. O pensamientos que odiamos demasiado para hacerlos partir.

Dejan, sin duda, marcas que no borran ni el tiempo ni las personas. Ancladas dentro de tu ser, están ahí, lo quieras o no. Se puede intentar obviarlas, disimularlas, taparlas. Pero siguen ahí. Inmunes al paso del tiempo. Tan nítidas y malditas como el primer día. Y salen a la luz cuando menos lo esperas y menos lo deseas.

Tu luz es una de esas marcas. Intento obviarla, intento vivir con ella día a día. Pero sigue ahí, pujando desesperadamente por salir, deseando cegarme. Hay noches en las cuales creo que ya ha amanecido, pero sólo es tu reflejo desprendiendo de nuevo esa luz de vida.

Esta noche está aquí, no se ha ido aún, y sabe a ti. Sabe a alegría y sabe a dolor. Sabe a chocolate y a zumo agrio de limón. Sabe a luz y sabe a oscuridad.

Realmente sí, hay marcas que el tiempo no puede borrar. Marcas que fueron presente, que serán futuro. Marcas que se graban a fuego en la piel.

Marcas poderosas como cicatrices.

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