domingo, 15 de febrero de 2009

Excentricidades de febrero.

¿Sabes lo que pasa si froto tu tarjeta de crédito contra una barrita de incienso encendida? que sus ascuas se convierten en estrellas fugaces llenas de oro que nos regala resplandores de derrota como despedida. (Muere).
No se trata de una ceremonia ni de un ritual de secta principiante, es un presente de calumnias preconcebidas, que llevan como banda sonora una magistral pieza de piano.
Se siguen muriendo, las dos, la tarjeta y la barrita. Sí, y además huele a papel quemado y canela, lo que me recuerda a mi libro favorito. Ahora que lo pienso nunca he fumado papel y sé las consecuencias que tendría pero a veces me entran ganas de tragarme todo lo contaminante y nocivo del mundo para luego exhalarlo por la boca en grandes bocanadas mientras me subo hasta la azotea de una casa abandonada de Montmartre para contemplarlo todo a mi alrededor.
Y que no hubiera viento.
Y que no hiciera ni frío ni calor.
Y que desnudarme ante mí misma no me diera vergüenza.
Se acabó, se acabó tu fortuna. Muerto el perro... ya se sabe. Mi maestro me dijo que eran experimentos sensoriales que se hacen para estimular los sentidos a la hora de escribir. A veces deseo que ésto se convierta en mi rutina, dormir de día, crecer de noche y soñar despierta las veinticuatro horas.
Las cenizas de la tarjeta son del color de mi abrigo y la bufanda tiene de todo menos cordura, pero salgo con ellos a la calle porque digo yo que me tendré que abrigar en pleno invierno. Cambios de temperatura. No cambies las velas de sitio que me quemo las manos con la cera, ¡ay! me quemo y el piano no para de sonar y las chispas caen a mi alrededor formando una corona en miniatura de distintas tonalidades doradas que realzan mi camiseta naranja de rayas. De un salto estoy en la cama. Quatre-vingt-dix-neuf, quatre-vingt-dix-neuf... ¿por qué me despierto todos los días con ese número en la cabeza? una voz ronca masculina me grita, aunque casi parece un ladrido, todo el tiempo en un francés forzado. ¡Noventa y nueve! Pero ¿noventa y nueve qué?... no lo entiendo. Precedente al cien, un número precioso. Quizás yo sea un noventa y nueve, rozo todo aquello que considero perfecto y nunca alcanzo a pillarlo. Siempre se va volando a ras del suelo como las hojas secas en otoño. Nunca hacen ruido.

jueves, 5 de febrero de 2009

¡Oye! (Una de inseguridad, pasotismo, brusquedad y, quizá, compañía)

-¿Se puede?
-¡No!
-Ah, pues nada.
-Qué sí, chaval, cómo no.
-¿Y ese que me ha dicho que no?
-Pues un loco, tú no le hagas caso.
-¡Eh! Seré loco, pero sensato.
-Ah, pues lo siento, ya me iba.
-¡Pero a dónde te vas a ir! Si ni has llegado.
-Pero si no soy de su agrado...
-¿Del agrado de quién?
-¡Pues del de rojo!
-¡Pero si ese no está bien!
-¡Que sí estoy bien!
-¡Anda ya!
-Anda yo, ¡no te digo!
-¿Disculpen? ¿Se puede?
-¡Que sí, pesado!
-¡Si es que ya has entrado!
-¡Pero no sé si irme, ese dice que no quiere verme!
-¿Irte? No digas memeces.
-Ya saltó el de verde...
-¡Bueno! ¡Que me quedo y punto! ¡Aunque haya alguien a quien no le guste!

¡PAF!

-¿Hay alguien ahí?
-Querido, siempre has estado solo, y a la vez, acompañado...

domingo, 1 de febrero de 2009

Solo.

¡Que bailen! ¡Que bailen lento y seguido! Que no me importa. Que yo me quedo aquí con mi amiga soledad, que me hace compañía los días de lluvia y no me deja solo.

No me hace falta nadie más. Se creen que podrán conmigo; todas esas letras y números, creen que podrán conmigo. ¡Pues no! Me niego en rotundo. Me pongo unos tapones y no les oigo gritar. No, no y no. No quiero que mis metas se conviertan en vanos intentos de locura. Si mi vida da un giro, que sea de 360º. ¡Vuelve donde estabas! No me dejes solo, soledad. No dejes que baile como ellos. Pídete una copa y estate aquí, a mi lado, charlando de mil cosas sin sentido que no podría hablar con nadie más que contigo. Charlemos de la vida, de mi vida, del caos o del frenesí. Pero por favor, no te muevas de mi costado. Mira, si quieres puedo hacerte reír: puedo pensar en mi futuro, puedo hacer planes a 10 años vista; te ríes, ¿verdad? Venga va, quédate sentada soledad. O por lo menos haz que no suene melancólico, que la despedida no suene a despedida, que suene a… regreso. Eso, sí, regreso. Que vengas de vuelta y me aconsejes sobre cómo pasar el charco sin mancharme los zapatos de barro. Sí, y así podrías chillarme desde lejos que no tengo por qué preocuparme. ¡Eh! Venga va… no me hagas esto. No me… no… ¡ay!

Solo de nuevo. Incluso la soledad baila al ritmo de la vida, eso sí que no me lo esperaba.