¿Y por qué vuelve el frío? (¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?) que las manos se me entumecen y se sienten más solas que nunca, que necesitan agarrarse a otra para que no me caiga y yo tiemblo, o mejor dicho, el viento me mueve a su antojo, me eriza el pelo, me hace cosquillas. Me devuelve mi esencia y me recuerda que tengo que averiguar quién soy para poder encontrar a los ojos gemelos de mi alma, uno de los que ni me plantee si quiera el confiar o no en ellos porque resulte evidente. Me vuelvo loca, pero sólo a veces, sólo cuando la tierra tiembla bajo mis pies y yo no sé a qué se debe, miro si hay mar cerca y solo encuentro asfalto y alquitrán, pero nada de piedras. ¿Así cómo voy a encontrarme?
[Abro los ojos, ya no estás aquí, ella tampoco, que fue la que me empujó. Estoy en un charco de lluvia, los despojos de mi globo aerostático resposan a mi lado, ha sido un duro golpe para mí, para él (para todos) Milagrosamente salí con vida, renovada de mundo veo las cosas distintas como quien escapa de una muerte segura. Mis ojos son otros, guardaré uno de los antiguos en la caja de tus recuerdos, el otro lo escondí al lado de las caracolas. Versos de arena, antítesis a finales de marzo.]
Creo que he entrado en un sueño hipnótico, pero no me eches mucha cuenta, que soy de las que les cuesta distinguir realidad de ficción. Anoche conseguí gritar en silencio verdades brutales, de las que se te agarran a la piel y la desgarra a tiras porque encontré hipótesis nuevas a las que poder sujetarme y por un momento me perdí, allí sola en la cama, desnuda ante el mundo gris, y sentí mareos. Vértigo. Vértigo. Vértigo. Sumergida en mi propio caos, paradoja creciente, anhelé una mano calentita de ésas a las que me agarro para no caerme, pero sólo me vio temblar la camiseta de París, je t'aime.
La cueva, Mumford e hijos.
Hace 12 años