Él decía, cuando nadie me ve, puedo ser o no ser. Pero cuando nadie me ve sí que me limita la piel, y cuando te duermas seguirá habiendo problemas. Lamento no entenderlo, solo me queda el intento torpe de remediar este dolor. Porque la razón se me escapa, se diluye entre pensamientos poco originales que minan el miedo, y solo dejan atrás los resquicios de lo inevitable. ¿Consigue la risa amortiguar lo que tengo aquí? No puedo pronunciar esa palabra porque daña como lija y sigo sin poder hacerte promesas que no valen nada, como mentirte diciendo que el sueño lo calmará todo. No soy amiga de las balanzas, así que no me subestimes, tengo capacidad más que suficiente para empezar cada frase siguiente con un rotundo no. Pero no, ese no soy. Si te convirtiera en algo que es peor probablemente no lo notarías. Y como el tiempo todo lo suaviza, esa necesidad otro tiempo palpitante es ahora un triste latido moribundo. No puedo abandonar, porque hoy las cosas están bien, y ojalá siempre pueda contagiar a toda la ciudad. No hablo y siento que podría infectar un continente entero con el pérfido veneno que desprenden estos polígonos planos y negros. Poco a poco reconozco más mis partes feas y culpo a mi incapacidad. Pruébalo, a mí me sirve. Convencerse es de débiles, para que no sea tarde se necesita demasiada suerte. ¿Me conoce a mí la suerte? Dime que no, y estaremos en paz.
Y me despido haciendo homenaje a Los Piratas. Yo sé que ellos me quieren, aunque no lean esto. Fue todo un gusto publicar aquí (no te me asustes, Joaquín xD).
Miradas que dejan entrever un mundo de colores pálidos y tersos haciendo eco de tu existencia, caminos que hacen serpientes de barro y miel que sesgan el banal paisaje de las curvas de tu cintura.
Un tango mal bailado a la luz de la luna, un tropiezo a las puertas de la locura, una bocanada de aire frío que hiela los huesos y calienta el alma, una ola que llega y no, que hace las veces de sino incongruente y silo en las nubes, atalaya reluciente de humo opaco que se alza vertiginosa sobre tu exento cuerpo.
Parcas palabras que no dicen nada diciéndolo todo y frases hechas con trozos de vidas ajenas que se entrecruzan. Cielo azul que juega entre nubes y sol vergonzoso que se esconde entre ellas. Músculos, vísceras que se revuelven y empujan entre ellas ante tu presencia.
Miradas que dejan entrever un mundo de colores claros haciendo gala de tu presencia, miradas que dejan ver tu onírico cuerpo como un guiño, la comisura derecha de tus labios o un suspiro.
Y de una punta a otra de la habitación, entre tanta y tan poca gente, se miraron de reojo, como haciendo por no besarse. En ese momento y dejando a un lado todo lo demás, se dieron un abrazo. Un abrazo de esos en los que los brazos se funden, en que el duro esternón ya no sirve de barrera, un abrazo de esos que miran lo que hay dentro de uno.
Y entonces, sólo entonces, él consiguió escribir un poema. Un poema de esos que llevaba meses sin escribir, de esos que hablan de lo verde de las hojas, de lo verde de los semáforos, de las flores de tu nombre, que para eso estamos en primavera.
Un poema sobre cómo dar la vuelta a un reloj de arena, sobre cómo ver a través de tus ojos lo inoportuno de la vida y la suerte. Un poema que habla de siglos y siglos de espera desesperada y perdida, de confusión, de ácido y reflejo.
Y llegó un punto cualquiera en el tiempo. Y no supo si el agua llegaba hasta su cuello... o hasta tu boca.
Me levanto sobresaltado, tan de repente que casi se me caen las pestañas al mirarte. Sonrío al comprobar que estás ahí. Yo seguiré sudando esta noche tu nombre, florido como era, que para eso estamos en primavera.
No sé si fue cosa del azar, del destino, si fue casualidad o un simple capricho. Sólo puedo repasar cada una de tus palabras como si de otro examen se tratase, un examen que llevaba suspenso desde el puto principio.
Fue un punto y final, supongo. Fue un "Ya no más". Pero, sin embargo, eso sólo lo forzaste tú. Es como si todas las promesas aquellas, en las que asegurábamos el futuro, fuesen sólo parte de una poesía no sentida. Como si sólo hubiésemos querido satisfacer las necesidades auditivas (si eso existe) del otro. Las necesidades sentimentales pero momentáneas del otro.
En ese caso, me declaro culpable. Típico de mí, el adornar con demasiados balanceos esta mecedora que en realidad sólo prometía descanso. Descanso y poder depositar en el otro la palabra que me atrevía a escribir en inglés.
Supongo que esos grupos que tan poco me gustan llevaban razón con lo de "Nada volverá a ser como antes"; parece que este sentimiento que yo tengo lo han tenido cientos, miles, probablemente millones de personas antes de mí. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tienen que vencerme las estadísticas, si aquello que tanto nos entusiasmaba parecía tan salido de lo normal?
Ahora la vida ha cambiado, yo la tengo a ella y tú a él. Pero te prometo que no me siento en absoluto coartado a dejar de escribir sobre ti. Quizá porque sé que no sucederá el día en el que leas mis reflexiones al aire arrojadas. Quizá porque sé que la nueva ella conseguirá (si no lo ha hecho ya) acabar con este doloroso (sí, ¡lo es! ¡Es doloroso!) recuerdo.
Pero créeme que ese no es su cometido. No te daré la satisfación de saber que esta es una medida para acabar con los restos y las maletas que te has olvidado de recoger. Es más que tú. O al menos eso es lo que mis deseos mi mente le exhortan a mi corazón que consiga.
Adiós. No te prometo que esta sea la segunda y última vez que escribo sobre ti. Sólo te aseguro una cosa.
Mira, si tú, atiende. Esto es como aquella vez que miraste al cielo y pensaste lo grande e infinito que era, ¿recuerdas? Pues esto es igual, sí, aunque te parezca mentira. Piensa en azul, eso es lo que te hace falta, pensar en azul. Pensar que nada te hace mirar atrás, que sólo hay un camino hacia adelante y que con cada paso se borra un poco de tu vida anterior que ya no sirve sino para traer sonrisas, lágrimas y algún que otro bofetón. Piensa que vas montado en una barca y no puedes mover la vela mayor…, que te diriges irremediablemente hacia un horizonte del que no sabes nada y del que esperas todo.
Es como aquella vez que aprendiste a montar en bici, ¿te acuerdas?
El pobre médico, que entre tantos procesos se perdía, levantó la cabeza para asombrarse de lo grande que era el mundo, de las pocas fórmulas que veía y de que, tal y como recordaba, el cielo era azul.