Y entonces, sólo entonces, él consiguió escribir un poema. Un poema de esos que llevaba meses sin escribir, de esos que hablan de lo verde de las hojas, de lo verde de los semáforos, de las flores de tu nombre, que para eso estamos en primavera.
Un poema sobre cómo dar la vuelta a un reloj de arena, sobre cómo ver a través de tus ojos lo inoportuno de la vida y la suerte. Un poema que habla de siglos y siglos de espera desesperada y perdida, de confusión, de ácido y reflejo.
Y llegó un punto cualquiera en el tiempo. Y no supo si el agua llegaba hasta su cuello... o hasta tu boca.
Me levanto sobresaltado, tan de repente que casi se me caen las pestañas al mirarte. Sonrío al comprobar que estás ahí. Yo seguiré sudando esta noche tu nombre, florido como era, que para eso estamos en primavera.
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Mucho.
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