Un día soleado, una noche clara, un sitio cualquiera en un tiempo cualquiera. No importa. Un pincel deshilachado esboza sobre un pentagrama manchado de café algo parecido a una pieza de Schumann y todo se vuelve negro en derredor. Notas haciendo un eco de siglos atrás sobre mi cabeza enajenada por el vodka que había comprado hace unas horas por ella, para ella.
“La vida es como un gran laberinto, una esquina, otra, otra, otra, siempre con cambios, vaivenes, vuelta a empezar y retrocesos, pero nunca se consigue ver la maldita salida hasta que no te encuentras con el Minotauro”, decía.
Moviéndome con más dificultad que presteza, me dirijo tranquilamente, como si nada hubiera pasado, a acostarme en la cama con esa chica que acabo de conocer en no sé qué sitio. No importa.
Esta noche necesito mi canope particular donde meter todas las vísceras que me devora el
nicht vergeβen. Me temo como nadie, como Nada, como ese desorden o ese caos verbalizado luchando por no dejar espacio a la razón ni al tiempo.
Si volviera, y creéme que no volvería, sé exactamente lo que no haría, ni dejaría, ni haría; no, no, no. Ida y vuelta, mete, saca, salta, cae, resuelve, disuelve, un puto laberinto.
- ¿Y?
- Dijo algo sobre la vida, una novela, y me cantó algo al oído. Después resopló, como si se olvidara de todo; me dio la vuelta, me mordió, me revolcó, me deshizo, me invadió, me sacó de mí de tal manera que perdí de vista el suelo. Y en mitad de aquella quinta sinfonía me miró a los ojos y recitó algo de Calderón.
- ¿Calderón?
- ¡Calderón de la Barca! La vida es sueño, Vita est Somnis o como carajo se diga. Bah, eso da igual. Un puto laberinto. Él lo dijo. Giras una esquina, giras otra y de repente te encuentras de frente con Calderón o con el Minotauro. Entonces… ¿qué haces?, dime. Ya te lo digo yo: nada. Te dejas llevar y vuelves después de haber dado veinte vueltas completas a la Tierra sin casi abrir los ojos ni cerrar la boca.
- No entiendo nada.
- Tampoco esperaba que lo hicieras.