Sentir.
Unos sienten y olvidan. Otros sienten y tienen la irrefrenable necesidad de archivarlo todo. Otros simplemente dejan que el subconsciente recuerde lo imprescindible. Otros... no sienten o han olvidado cómo hacerlo.
En los sentimientos, como en los colores, no hay dos iguales. Cada uno aplica la fibra sensible como le han enseñado, como ha aprendido o como mejor puede. Durante toda nuestra vida buscamos algo, alguien, que encaje en nuestro esquema sentimental. La mitad que completa, que da sentido a esos cabos sueltos que todos tenemos en nuestro interior.
Curioseamos, buscamos, desesperamos, sufrimos. Completar. Obsesionados por completarnos, por hallar las respuestas que escapan a la alegría y a las lágrimas. Sentimos la soledad como la peor de las maldiciones, el miedo epidémico, el que impregna a grandes y pequeños, a felices y desgraciados.
La singularidad horroriza al mundo. Lo aferra por el cuello y hace juramentos y promesas de torturas dolorosas ante las que nos sentimos insignificantes, abandonados en millones de kilómetros cuadrados que, por primera vez, no sentimos como parte de nosotros. Deseamos tan desmedidamente experimentar la posesión de seguridades, de posibles mitades que mantengan transitable el camino que olvidamos poseernos a nosotros mismos. Nuestro corazón se relaja, pierde la costumbre... Olvida el sufrimiento. Olvida el sentimiento. Y la capacidad de empatía da paso a la capacidad de simpatía.
Añoramos continuamente. El segundo miedo más epidémico, la pérdida, nos sume en un estado de melancolía que nos hace sentirnos vivos. No es masoquismo, es ley natural. Es notar las punzadas del dolor como latidos revitalizantes, llenos de mensajes de cambio y superación. Extrañamos y celebramos a la misma vez... no podemos, no sabemos, nadie nos ha revelado cómo ser humanos y coherentes en una misma vida.
Describir todo lo que pasa a nuestro alrededor se convierte en una obsesión para lograr rellenar el tiempo que resta a las cosas importantes. Disponemos los valores en una escala para poder medirnos mutuamente, juzgar, condenar y civilizar. Necesitamos patrones, cuerdas de seguridad que nos aten fuerte a la pared escarpada. La inestabilidad destruye poco a poco micromundos, microproyectos, microsimulaciones. Lentamente, los salientes en los que nos íbamos apoyando desaparecen, dejando de formar parte del proceso.
La manipulación, se dice a diario, es el peor de los males. Un alma manipulada es un alma gris y vacía... dicen. Un corazón manipulado es un corazón frágil e inservible... dicen. Manipulación es equiparable a dominación. Y si hay algo que la esencia humana no soporta es sentirse doblegada. Y curiosamente, el mundo es un grotesco juego de amos y siervos.
En todo cuento, historia o fábula coincide siempre la aparición de un ángel díscolo. Algo incontrolable y poderoso, con demasiada luz en su interior para lograr someterlo a órdenes que limiten su libertad un solo ápice. Hay un poder extraño y atrayente en esos Narcisos hermosos y fuertes, rebosantes de vanidad y energía que escapan a las leyes naturales por el simple placer de hacerlo.
En la existencia humana, el sentimiento es el rebelde sin causa que aporta la adrenalina que el mundo parece negarnos. El sentimiento es duro, cambiante, contundente, excitante. Se revela contra lo que ética y moral dictan. Se alza, caprichoso, sobre todos los burdos intentos de civilización para elevar el alma a un nivel superior. Distinto. Mágico. El sentimiento no conoce escalas de valores. El sentimiento es un luchador solitario. El sentimiento no teme a nada... porque el exterior es solo una utopía.
El sentimiento levanta sus cimientos en el interior, porque los núcleos se rompen mejor desde dentro.
La cueva, Mumford e hijos.
Hace 12 años
1 comentario:
Ánimo. Me gusta vuestro blog y empezar nunca es fácil. Os invito a que echéis un ojillo al mío y dejéis también vuestra opinión... y quizás algo más.... Es de microrrelatos...
Besines,
Miriam
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